Despertando...
El rincon de Mendez y amigos

20 marzo 2007

Campiña







Debido a mis obligaciones profesionales,
me encuentro en el campo para pasar unas cuantas semanas. Envídienme, no me quejaré.
El trabajo que me ocupa se desarrolla
en la comarca del Penedés cerca de la cual crecí.
Es el mejor momento para llegar: las cunetas rebosan de colores silvestres y por todas partes explotan los brotes de tiernísimo verde.
El urbanismo de la zona no ha cambiado: trata a la costa como algo a medio camino entre un hotel e vacaciones y unos aseos públicos. Los urbanitas de la cercana Barcelona siguen también expandiéndose como una mancha de aceite. Ni siquiera la preventiva instalación de pestíferas industrias textiles, a modo de barrera, ha conseguido mantenerlos alejados de estos parajes.
Muchos de ellos, cuando aparecen, gustan de interesarse por los productos del terreno, pues la comarca es conocida por sus vinos. Cuando llega el fin de semana (mientras intento hacer habitable mi casa después de días de ausencia, acarreando leña, desalojando topos antisistema del jardín y buscando un fontanero que no me pida un aval bancario por reparar la bomba del agua) los veo pasar celebrando ese embotellado autóctono.
Al día siguiente se despertarán con un persistente dolor de cabeza y un bien conocido malestar articular por todo el cuerpo. Se admirarán entonces de las emboscadas capacidades del blanco de la zona para entrar suave y subirse traidoramente a la cabeza.
Pero aquí sabemos que no es otra cosa más que el desacostumbrado aire puro del campo lo que los hiperventila y les provoca esas migrañas. De la misma manera que
es la inesperada actividad física que provoca cualquier desplazamiento lejos de una parada de metro o taxi lo que termina pagando su cuerpo en dolorcillos. Y callamos.
Así un brebaje inocuo consigue finalmente suscitar en torno suyo una mítica excepcional y los lugareños vamos pasando por la vida gracias al comercio.
Son las cosas del campo.
LA RAZÓN - Marzo 2007

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