Después de las pasadas semanas de travesía por las comarcas catalanas, apenas tuve tiempo de poner los pies un día o dos en Madrid cuando ya me vi embarcado en un vuelo de mas de doce horas con destino a la capital de Mexico. Resignado a la monacal reclusión forzada que me esperaba recurrí a sobrellevarla con un libro.Escogí el “Viaje alrededor de mi habitación” del peculiar ilustrado Xavier de Maistre, un libro que, dada su temática, como consuelo en los encierros no taurinos resulta excelente.
En el taxi que me llevaba al aeropuerto caí en la tentación de hojearlo y ya fui totalmente sorbido por sus páginas. Era más una relectura que una lectura, pero me capturó de tal manera que casi pierdo el vuelo.
Pueden comparecerse de mí si les sobra un poco de tiempo, pero lo cierto es que cuando levanté la cabeza de sus páginas casi no sabía donde estaba, y los seres hiperactivos que pasaban delante de mí corriendo, de aquí para allá por los pasillos de la famosa y polémica terminal cuatro, me resultaban casi incomprensibles.
Es lo que tiene la lectura y que ya experimentamos sus aficionados en el colegio: los niños hiperactivos no están hechos para los libros y viceversa.
La contemplación necesaria del paisaje lento de la vida para poder escribir o desmenuzar correctamente en la lectura un libro de verdad requiere de una pausa de concentración y recogimiento que contraindica la hiperactividad para la verdadera y profunda lectura.Actualmente se reprocha al ciudadano medio que lee poco y, luego, se le exige una dedicación laboral tan excesiva que no deja tiempo para ninguna lectura. Así, pronto seremos unos hiperactivos genéticos, de hormiguero puro. Por eso es una noticia que elegantes aventureros de la edición como Ediciones Funambulista.
La Razón 22.4.07
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