Besos

Ha llegado la hora de la campaña electoral de primavera. Los políticos parecen más dispuestos que nunca a besar y abrazan a quién se les ponga por delante. Los niños y las mujeres de cierta edad son los objetivos prioritarios. Los besos suelen ser besos secos, de alivio rápido y sin grandes fantasías. Los hombres, por ahora, quedamos excluidos de la costumbre, aún incluso en el caso de que el postulante sea candidata.
Y yo – de una manera puramente retórica – me pregunto: ¿ Por qué?


Entendámonos. Si en urna expreso que soy afecto a alguien espero un poco de equidad en el intercambio. Si no das, no esperes recibir. Do ut des: doy para que me den.
Esa es la máxima por la que se han regido durante siglos tanto la religión como la democracia constitucional.
Cierto es que asisto muchas veces sin afeitar a las ruedas de prensa de los políticos, no lo niego. Es cuestión de las actuales modas y de la falta de tiempo que me provoca intentar seguir sus piruetas. Entiendo que el frotamiento afectivo-electoral debe resultar entonces más árido, pero también más enervante. Y, al fin y al cabo, en esto de los afectos, cierto grado de enervamiento siempre los hace más picantes.
Sé que las costumbres de la consideración pública sobre los políticos ha cambiado. Actualmente un político puede manifestarse homosexual, bisexual, heterosexual o célibe. Esas son, a fecha de hoy, las cuatro alternativas permitidas socialmente.
La zoofilia queda, por ahora, excluida.Y es ahí, probablemente, donde encuentro la explicación para el olvido afectivo en que me tienen los políticos.
Mientras escriba columnas tan asilvestradas como esta no puedo aspirar a que los políticos se atrevan a mostrar públicamente la seducción que le provoca mi escritura. Ser un animal literario tiene esas cosas y ahí reside la explicación de por qué todavía ningún político me ha besado.

Fuera complejos, hombre. Bésame, presidente.

La razón 6 de Mayo 2007


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