Votos

Los seres humanos somos contradictorios. Mírenme a mí, sin ir más lejos: tantos años viviendo enamorado de la idea insurrecta y ácrata del rock y, sin embargo, me veo obligado a reconocer que me revitalizo tontamente los domingos en que hay elecciones.Puesto que cada uno de mis tíos-abuelos estuvieron en un bando diferente de la guerra civil, me tengo por hombre equilibrado (vamos a dejarnos de rencores) y esos días salgo a la calle para hacer mi particular homenaje a su memoria: En cierto modo, cada uno de ellos lucharon a su manera por esto.

Si el día es soleado y el tiempo acompaña, he de reconocer que experimento incluso un sentimiento algo cursi de comunión con mis convecinos. Creyéndome, a estas alturas, ya un laico, no me queda más remedio que sospechar la posibilidad de que el ser humano esconda en algún sitio un ser litúrgico. De existir, ese gen saldría a pasearse por ciertas fechas y por ciertos lugares: por las iglesias, los colegios electorales, los estadios de fútbol, los conciertos de música y en el día en que se sortea el gordo de Navidad.
Puede que no sea un fenómeno tan extravagante. Al fin y al cabo, hay algo común en los hombres que nos hace enervarnos con la violencia, conmovernos con los niños, simpatizar con los perros que mueven el rabo, sentirnos bien en las digestiones reposadas y renovar las promesas de ser mejores a primeros de año.
Luego cuando se cierran los colegios electorales, vendrá una cena ligera delante del televisor y entonces uno hasta revitaliza las matemáticas calculando combinaciones.Sea un gen o sea, simplemente, que el mejor invento del cerebro humano es la bondad de las pequeñas cosas que construyen la vida, lo cierto es que me sigue gustando salir un domingo soleado para compartir el hecho de llenar de votos una urna con el resto de mis conciudadanos.
Me hace sentir cálido por dentro. Efectos termodinámicos de la democracia.

La razón 27 de Mayo 2007

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