Como hoy todos queremos ser jóvenes y dinámicos, las palabras prudencia y paciencia viven horas bajas. Me lo ha hecho pensar el ministro Bermejo, con el que me une más de lo que creía, pues su apellido, al igual que mi nombre, significa originariamente “rojillo”.
El ministro tiene un inequívoco deseo, sea implícito o explícito, de reformar la justicia de nuestro país. Para ello, segrega cada equis tiempo algún tipo de propuesta, medida o estrategia con el objetivo de maniobrar políticamente en ese sentido. Reformar algo que no funciona óptimamente no esta mal. Siempre es mejor un mal reformista que un buen revolucionario. Lo peor es cuando las reformas, para parecer tales, han de tener alma de modernidad.
Sobre la inmortalidad del alma poco sé (soy decididamente obtuso en esas esferas del conocimiento), pero conozco la inmortalidad del dinero (que es
la herencia) y la inmortalidad del derecho (que son las leyes). Y, a la hora
de legislar, el tacto del legislador lo es todo. Son muchísimo mas operativas las leyes salidas de la estática de la realidad (de las conductas inconsultas
de la muchedumbre) que las que provocan una realidad en movimiento.
A la justicia, como a las estatuas, lo mínimo que se le puede pedir es que se esté quieta. No podemos andar saltando de una justicia conservadora a una progresista según legislatura, no podemos brincar entre oposiciones y concursos de mérito hasta que no alcancemos un país donde el merito principal no consista en ser amiguete.
Y, tal como van las cosas, me parece que tenemos transición para rato.
La razón 28 de Octubre 2007
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