Hímnica

Como escritor de canciones, no puedo resistirme a la tentación de comentar la polémica de esta semana sobre el himno. Sé cuan difícil es mi profesión, así que no esperen que, como todos, vaya a cebarme con el ejercicio adocenado pero digno de un compatriota en paro.
Lo más suave que se pudo oír sobre su letra fue que era cursi pero conciliadora. No veo el problema. Puesto que habitualmente la van a cantar bajo el viento unos tipos en calzoncillos colocándose la mano sobre le corazón (como si los corazones fueran fieles o llevaran sombrero) me parece adecuada para ese momento cursi por antonomasia.
Es un símbolo y dicha palabra viene del verbo griego que señalaba cuando dos piezas previamente rotas encajaban y podía reconocerse el resultado como contraseña. Los símbolos fueron necesarios antiguamente para detectar al enemigo, pero hoy, con toda la palabrería globalizada que corre por Internet, hay métodos más exactos y sofisticados para hacerlo.
Por tanto, gozar de la peculiaridad de tener un himno sin letra (un momento musical puro en este mundo ramplón de símbolos) casi es preferible, como más distinguido. La cosa de lamentar de todo este asunto es cómo se ha jugado con las ilusiones de un conciudadano en mala racha. Se han usado calificativos desproporcionados, malintencionados, terribles.
Como artista que me he ganado la vida con mi arte desde los diecinueve años (y bastante bien, por cierto) siempre me va a seguir maravillando la mala baba e ignorancia audaz para pronunciarse de quienes no saben sacarle ni una sola nota a un instrumento.

Por tanto, entiéndase que deseo comprobar perentoriamente de lo que es capaz Gaspar Llamazares con una guitarra, un bloc y un boli, no sea que vayamos a tomarlo por lo que no es.
Pero, en serio, ¿de verdad sigue quedando aún alguien mayor de edad que vota a Izquierda Unida? Si no han acertado ni un pronóstico desde 1985.

La razón 20 de Enero 2008

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