Por este tiempo, a mi hijo y a mí nos gusta pasearnos por El Retiro en bicicleta. En esos paseos, he descubierto que, con el avance de la tecnología indumentaria, ahora resulta que los hombres vuelven a usar mallas. Como en la época de Robin Hood. Son cosas, por lo visto, propias de lo que se da en llamar la metrosexualidad. Creo que dicho fenómeno de evolución de costumbres en los núcleos urbanos se ha debido (al menos en nuestro país) a las mallas que el reverenciado pintor Picasso regaló de niño al hijo de un torero riquísimo y de una actriz italiana muy famosa.
Puesto que económicamente podía permitírselo, el muchacho hizo público (con admirable valor y desenvoltura) lo excelente que le parecía la idea pese al escepticismo con que la acogió su padre. Las costumbres de la sociedad española, gracias a este tipo de radicales tomas de postura (las del padre y las del hijo), cambiaron para mejor. Es un hecho: el nuevo tipo de varón ibérico (también llamado metrosexual, o truchón entre mis amistades) gusta de la cosmética y no le hace ascos a las mallas ajustadas. Por asuntos de índole práctica, los llamados metrosexuales, sea para bailar, o bien hacer arte o deporte, suelen llevar las mallas en las piernas. Eso me desconcierta. Al provenir de barrio, los únicos entre mis amigos que vi de joven usando mallas las llevaban, por contra, en la cabeza. Generalmente para entrar en una sucursal bancaria con un hierro en la mano y salir zumbando acto seguido en un coche a velocidades de vértigo.
A estas edades en las que uno es reticente a abandonar las pocas certezas duramente extraídas a la vida y desconfía de los modos nuevos hasta que no estén suficientemente comprobados, cuido de no errar en qué parte de anatomía debo cubrir con lencería. Al Retiro, yo, con vaqueros. Faltaría más.
La razón 15 de Agosto 2008
(Escrito por: Sabino Mendez)
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5 OPINIONES:
Di que sí sabino. Se está perdiendo la estética y el sentido común con tanto modernismo y metrosexualidad.
abrazos
A mí me sorprende sobremanera la afición del macho ibérico por los pendientes. No hace tanto que aquél cclista escocés, Robert Millar, se paseó por la vuelta ciclista a España con un pendiente en una de las orejas. Pueblo por el que pasaba, conmoción al canto: la televisión, ya se sabe, tuvo mucho que ver, y toda Carpetovetonia le llamaba "el del pendiente". Eran tiempos donde en Madrid, que se suponía que no éramos de pueblo y veíamos más de un guiri modernizado, sabíamos que un pendiente en la oreja izquierda era una advertencia de las preferencias sexuales del portador: gay reconoce a gay. Entonces, claro, era cosa de maricones. Como las mallas que dejaron de ser.
Muy bueno Sabino. Este ha sido uno de esos posts en los que me he echado una sonrisa... y falta me hace en estos días inciertos.
Salud.
Gran descubrimiento el que tengo en el día de hoy con este blog, lo visitaré sino le importa.
Lo de las mallas para correr está bien porque evita rozaduras, peroe s verdad es un poco fuerte.
Yo prefiero más unas buenas calzonas sudadas
Descubro este sitio nadando con los amigos de la red, y me gusta lo que leo, noto la complicidad del que escribe y habrá que seguir leyendo ...
Antonio
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