Aquí en Galicia, los lugareños tienen televisión, en efecto, pero la interpretación que hacen de lo que por ella brota es muy diferente a la nuestra. Véase, por ejemplo, la percepción de la flamante y reciente remodelación ministerial. Hablábamos la semana pasada de las complicadas vías de comunicación que siempre han sufrido los gallegos debido al clima y la orografía de su zona (no hay conductor que no conozca las temibles nieblas de Ponferrada). Esa complicación ha hecho saber a los gallegos, antes que nadie, que gobernar a golpe de mapa geográfico es tan absurdo como gobernar a golpe de sondeo. Así, el nacionalismo ha resultado ser aquí más endeble que una argumentación de Suso de Toro.
Por contra, flota en el aire una confianza no consciente en que el nuevo ministro de Fomento aliviará un poco esa complicación de comunicaciones, porque es sabido que lo primero que hacen esos ministros al llegar a su puesto de trabajo es construir un AVE que les lleve rápido y suave hasta los terrenos de su infancia. ¿Por qué en Galicia entonces la malintencionada e interesada promoción del conflicto territorial no ha prosperado? Muy sencillo: porque tienen al lado a Portugal con su inflación desmesurada y sus desalentadores índices de paro y crecimiento. Los gallegos no ven Lisboa como un simple destino turístico, sino como el espejo de que (por mucho que se rasguen las vestiduras con victimismo histérico los fariseos nacionalistas) las cosas siempre podían ser mucho más complicadas y los obstáculos contra los que luchar mucho más grandes. Ahí está, en la práctica, desnuda, reluciente bajo el sol, la prueba fehaciente del lugar en el mundo a donde llevan los nacionalismos. Desde luego, los caminos del Señor (y también los del ministro de Fomento) son en verdad inescrutables. Los lugares de destino, en cambio, no.
Escrito por: Sabino Méndez
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